Estaba deseando pasar la página del 2012. Supongo que por esa creencia totalmente infundada de que al cambiar de año, inicias un ciclo nuevo, la de que puedes empezar de cero y sobre todo, la idea absurda de que dejas atrás todo el año anterior. Estaba deseando dejar atrás el 2012, porque
necesitaba cerrar un ciclo para darlo por finiquitado. En realidad, yo sentía que este asunto estaba zanjado desde hace unos meses, pero
cambiar de año era como el lazo que le falta al regalo, antes de desprenderte de él. (Adiós).
Mi 2012 empezó con el atropello emocional que sientes cuando el que tú crees que es el hombre de tu vida te deja. Tus sueños, tus planes, propósitos para el año nuevo, escritos mentalmente sólo una semana antes,
se derrumban como un castillo de naipes y sólo te queda la perspectiva de 357 días por delante en los que, sólo levantarte por la mañana y ducharte, es
toda una batalla contigo misma.
Batallé las primeras semanas como medianamente pude. Con más o menos éxito. Días arriba, días abajo, en
una montaña rusa de emociones que, ni de lejos, son el motivo de este texto de hoy y en las que no voy a entrar.
Un día C me envió un email, con una única línea. El enlace al post de Alberto: "
Los beneficios de mi fracaso ". "¿
El fracaso ha sido la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado"? ¡venga ya! este chico estaba loco y era muy fácil escribir así cuando estás feliz, a mí ese texto no me decía
qué podía hacer para recuperar el apetito, la sonrisa o la ilusión por el futuro. ¡A la mierda con los beneficios de su fracaso!
Pero no fue a la mierda (si es que la mierda es ese icono con forma de papelera al lado de los emails). Los dos últimos párrafos estaban escritos para mí. No entendía un carajo, estaba en total desacuerdo… pero
era un reto. Tenía una meta, la primera en mi nuevo 2012
un día yo suscribiría la esa frase: el fracaso ha sido la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado.
Como él, yo también
descubrí y re-descubrí a mis amigos, los que se escriben con A mayúscula. Esa es la primera alegría que te da una vivencia como esta, te sientes querida. Mis niños, mis niñas, el tesoro que es mi hermana…
Yo también llegué a la conclusión de que, por mucho que me quisieran ayudar todos los que me querían,
todo el trabajo dependía de mí. Al principio eso resultó
una carga (¡yo quería una fórmula mágica que me curara!) y, de repente, eso era
una bendición.
Sólo yo guiaba mi destino, sólo yo mandaba en mí, sólo yo podía decidir si quería estar encerrada lamentándome o exponerme a la vida… y vivirla.
En eso basé mi fortaleza, en la certeza de que mi vida dependía única y exclusivamente de mí. No sé en qué punto, eso se giró a mi favor.
Mi tristeza empezaba a flaquear y se colaban atisbos de ilusión por el futuro. Quería hacer cosas. Es más,
empezaba a hacer planes de nuevo, simples sí (tejer una bufanda, un viaje, una nueva receta…) pero planes.
Con los meses, esos planes fueron creciendo y, no sé en qué momento, se convirtieron en
un nuevo plan vital. Podía replantear mi vida como sólo yo quisiera, ¡empecé a sentirme afortunada! Cambiar de casa, cambiar de trabajo, cambiar de ciudad… Había recuperado algo que antes no tenía:
libertad. La libertad de decidir sin consultar, la de improvisar, la de soñar, la de cambiar de opinión, la de decepcionar, la de tomar para después dejar, o la de dejar para después volver a querer, la de no dar explicaciones, la de no justificar,
la libertad de dibujar un nuevo futuro para mí.
Ahí estaba, por fin:
la oportunidad más hermosa que me ha regalado la vida.
Cuando cuento a mis amigos y familiares mis planes, lo que quiero hacer este año, cómo me gustaría enfocar mis próximos meses, me dicen que soy afortunada, por poder elegir, por mi abanico de posibilidades,
por poder correr riesgos, por querer correrlos.
Yo también lo siento así. Soy una suertuda. Soy una privilegiada. Ese mundo que un día se deshizo bajo mis pies ya no me desconsuela.
Ese fracaso es hoy una oportunidad, un hermoso regalo que da la vida.
Por ese motivo, publico esta entrada. Como le pasó Alberto, yo también dudé sobre hacerlo. No me gusta exponer mis sentimientos en mi blog y lo cierto es que no me apetece compartirlos con algunas personas. Pero
a mí su entrada un día me ayudó y si, por casualidad, tú que me lees estás pasando por un momento difícil, creo que también te servirá.
Mereces saber que no durará eternamente, que no sólo lo superarás sino que, además,
saldrás reforzado/a y que un día sentirás que
ese fracaso valió la pena. Puede que ese día escribas en un blog y continuemos con esta cadena.
Mil gracias al Sr. Principia Marsupia por la motivación que su post me dio.
A mi C, por pensar en mí cuando lo leyó y compartirlo. Y ya que me pongo blanda, a todos los que este año tan raruno habéis estado ahí. Tengo los mejores amigos del mundo.
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